Hoy en día ni es la mejor persona del mundo ni la peor. Se ha vuelto cariñosa. Se ha abierto a su sexualidad, no le importa reconocer sus debilidades, le gusta hablar de sexo y le gusta que todo lo envuelva la ternura siempre y cuando se acompañe de una buena banda sonora.
Brown Sugar quería pasárselo bien hasta que en ocasiones quería enamorarse. Quizá es muy fuerte decir esto. No estoy segura de que sepa lo que es exactamente.
Se enamoró del mejor animo de su pareja, y desde entonces se cuidó mucho de sentir algo por alguien. Tampoco se forzaba. Se dejaba querer. Sacaba sus vicios y sus divertimentos y los ponía en una bandeja, la del elegido, que se sumía en ella y aceptaba las condiciones.
Luego ella cambió. Al fin y al cabo a todo azúcar le gusta su café. Y ella es de las que se ponen 3 cucharadas.
En poco tiempo se convirtio en una empalagosa divertida. Con un punto de los restos de los orígenes, de pasárselo bien.
Le hicieron daño pocas veces, porque siempre mantuvo la correcta actitud. Sin miedo. Sin amargura.
Y cuando algo daba señales de tal amargura, le añadía su azúcar.
Su azúcar moreno.