viernes, 4 de septiembre de 2009

Oscuridad


Mi mirada en ninguna parte. Mi cabeza se deja caer sobre mis manos. Mis ojos tiemblan de tanta mirada fija. Me anudo a los muslos el satén del vestido, porque no sé dónde estaría de otro modo. He apagado la luz, para estar mejor conmigo misma. Así no puedo ver el ridículo, no puedo saber después de un rato dónde estoy realmente. No me gusta saberlo si no está la persona que tiene que cuidar de mí. Las emociones se me echan encima, sin avisar, sin invitación. Lanzan flashes que parecen documentales y premoniciones, de lo que ocurre, de lo que ocurrió, de lo que podrá ocurrir.

No quiero ser yo la artífice de todo eso. Mi ilusión supera los límites de la realidad. En una mesa de madera tengo mi teatro y mis historias. Donde todos se besan con pasión o con dulzura, escupiendo arrepentimiento y secretos bien guardados del amor que les da miedo mostrar.

El amor vestido de rojo oscuro, casi granate, ardiente y salvaje, que mira desde la esquina y saluda moviendo solo los dedos, con media sonrisa cruel e irresistible.
Las sombras y las luces que traspasan la ventana, pintan la vida en la pared. Una vida que esta noche no voy a compartir con nadie, porque entre mi pelo y la corriente de aire es con quien voy a estar.

Odio pensar que la oscuridad me de esperanzas de que el teléfono ilumine la habitación y no sea un salvapantallas en movimiento. Odio las noches silenciosas, si mi interior no dice nada para romper el hielo.

Entre vasos de burbujas, sin aderezos, sin pausas, la ansiedad se ha vestido de negro para dar luto a las sonrisas amplias, a los brazos en la cintura, a las miradas empañadas de amor, a los literales buenos días, a los mensajes de amplias sonrisas o a la tonta ilusión del mecanismo que desconocemos cómo funciona, pero fabrica las coincidencias.
Mi corazón teñido lo llevo ahora en el llavero, para que nadie busque en el sitio correcto, porque de momento no controla las velocidades ni dónde van los frenos.

Afortunadamente, no soy un tren que descarrila, ni me atrae el aroma del ron, no llevo vestido para lucirlo, y no voy a invitar a nadie a cenar aunque sea contradictorio para el clasicismo amoroso al que me gusta acostumbrarme.

La oscuridad tiene mucho que contarme, y aunque hable mucho, a mí me gusta escuchar.
Quizá aprenda algo.

O quizá me quede dormida en una mesa y la pantalla de mi móvil iluminada.

...Brown Sugar...

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